Sin duda alguna, España es el país de la aceituna. El sector aceitunero ostenta una gran relevancia en el conjunto de la industria agroalimentaria nacional, ya que nuestro país lidera el mercado mundial, tanto en volumen de producción como en exportaciones a otros países.
Aquí, un total 2.568.383 hectáreas de olivar producen una media de 503.000 toneladas de este fruto anualmente, lo que supone un 26% del total de la producción mundial. Esta cifra sitúa a España como el principal productor en el mundo, por delante de Egipto y Turquía.
Por otra parte, cabe destacar que el sector crea un total de 7.500 empleos directos, lo que supone más de 6 millones de jornales en la recolección y el cultivo del olivo, a lo que se añaden los originados por las empresas y fábricas auxiliares, como el vidrio, la hojalata, el cartonaje, la maquinaria, etc.
Con este panorama, no es de extrañar que los problemas medioambientales que acechan al mercado de la aceituna desemboquen en una búsqueda constante de soluciones desde diferentes frentes, entre las que a día de hoy destacan los evaporadores al vacío. Estos problemas medioambientales vienen dados por la contaminación que genera la producción y el tratamiento de la aceituna en sus diferentes variantes, incluido su tratamiento para convertirla en aceite.
El aumento del control con importantes sanciones administrativas, económicas, e incluso, amenazas de cierre y de cárcel que provienen de las normativas nacionales y europeas en materia de contaminación, han motivado la urgencia en la investigación de soluciones entre las empresas del sector y la Administración, ante las escasas alternativas que hasta hace poco existían para la minimización de residuos industriales líquidos, como los caldos residuales y los distintos vertidos tóxicos originados en los procesos de producción.
Un proceso altamente contaminante
El principal problema del sector aceitunero en cuanto a la contaminación del agua proviene de los caldos que se generan en el proceso de tratamiento del fruto: lejías de cocido, aguas de lavado, aguas del proceso de oxidación en medio alcalino, salmueras de fermentación, aguas de otros procesos como por ejemplo el deshueso y el relleno…en definitiva, un cúmulo de aguas residuales.
Estas aguas residuales se generan en grandes volúmenes y contienen un alto contenido en materia orgánica poco biodegradable, así como un elevado porcentaje de sólidos en suspensión y grasas, una elevada DQO, pH ácido o alcalino. A todo esto hay que añadir que todos estos residuos tienen una elevada conductividad, debido a su alto contenido salino, y que se trata de aguas fuertemente coloreadas por los polifenoles que forman parte de la composición de los frutos.
Además, en el proceso de producción del aceite de oliva se crea un residuo líquido llamado alpechín, una sustancia que produce un fuerte impacto medioambiental al ser vertido directamente.
Una solución insatisfactoria
Actualmente, la forma más extendida de evitar la contaminación por estas aguas residuales son las balsas de evaporación, el único método de eliminación que no necesita el suministro de grandes cantidades de energía, ya que actúan por medio de la evaporación de las aguas, que depende de la climatología y oscila entre 5 y 10 mm al día.
La construcción de balsas de evaporación, sin embargo, no responde a las necesidades del sector, ya que la evolución de la producción va muy por delante de la capacidad de construcción de estas balsas, por lo que estas acaban por no satisfacer ni las necesidades de las empresas, ni tampoco los requerimientos medioambientales de la administración.
Además, al depender de las condiciones climatológicas, pueden provocar situaciones desastrosas, como por ejemplo, lo sucedido en Andalucía en marzo de 2010, donde debido a las fuertes lluvias, las balsas de evaporación acabaron por rebosar, impidiendo la evaporación de los líquidos contaminantes. Además, muchas de estas balsas estuvieron a punto de reventar, lo que podría haber provocado un grave problema de vertidos, ya que algunas de estas se ubican cerca de núcleos urbanos o cauces.
Frente a esta situación, desde diferentes organismos y entidades, como el Instituto de la Grasa o Asemesa (Asociación de Exportadores e Industriales de Aceitunas de Mesa) se están llevando a cabo investigaciones en plantas piloto, que tienen como objetivo reducir el volumen de las aguas residuales, o conseguir mantenerse dentro de los límites permitidos para su vertido.
En este sentido, la reutilización de los caldos mediante la depuración de los vertidos es uno de los procesos en los que más se está investigando, ya sea para adecuarlos a su vertido en el cauce público o a la red de alcantarillado municipal, o para usarlos como recurso con capacidad de reincorporarse al mismo sistema productivo o a otro diferente.
En definitiva, la industria aceitunera necesita un nuevo enfoque en el tratamiento de residuos que dé lugar a nuevos sistemas capaces de afrontar el crecimiento del sector eliminando cualquier peligro de perjuicio medioambiental.